lunes, 21 de septiembre de 2015

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El salmón bajo la lupa

El salmón bajo la lupa: ¿nuevo enemigo de la alimentación saludable?
Rosado artificialmente y engordado a pura química, el ícono gourmet de los mares sería menos saludable de lo que creíamos, y su producción, cero sustentable.

Un cartel al costado de una ruta en el sur de Chile. Un salmón acostado sobre una camilla, cubierto con una toalla y un antifaz de spa: el cliché del relax. Un producto farmacéutico. Un eslogan ingenioso: “La fórmula de Bayer para peces sin estrés”. 




Quien describe esta postal de cinismo publicitario es la periodista Soledad Barruti en Malcomidos (Editorial Planeta), libro que denuncia los estragos de la producción de alimentos. Ella estuvo en Chiloé, uno de los epicentros de la salmonicultura en el país trasandino, donde comprobó los perjuicios que esta floreciente industria provoca debajo del agua y sobre la superficie; y donde descubrió que, efectivamente, los salmones reciben tranquilizantes (entre muchos otros químicos, antibióticos y sustancias ajenas a su naturaleza) para tolerar las condiciones de hacinamiento bajo las cuales crecen, apretujados de a miles en mega-jaulas donde se los engorda lo más rápido posible en base a una dieta de laboratorio, hasta el momento de faenarlos.

Claro que el dilema va más allá de la compasión que uno podría sentir frente al sufrimiento de estas criaturas submarinas nacidas para ser devoradas. El gran problema es que las piscifactorías chilenas, cuna de casi el 100% del salmón que se consigue en la Argentina, completan todos los casilleros de lo anti-sustentable.

Manejadas por empresas transnacionales —sobre todo, noruegas que, según denuncia la autora de Malcomidos, no respetan de este lado del mundo ni la mitad de las rigurosas exigencias a las que son sometidas en sus lugares de origen—, sus detractores juran que estas fábricas sin chimenea dañan el medio ambiente, afectan la biodiversidad del océano, obtienen un producto bastante menos saludable (y gustoso) que su versión natural e imponen un régimen perverso de explotación laboral que ha deshilachado el tejido social de las comunidades donde desembarcaron, a principios de los 90, con la promesa de volverlas prósperas.

Todo esto convierte al salmón de cultivo intensivo, fabricado “en serie” y a escala masiva, en el nuevo enemigo acérrimo de los cultores de la alimentación responsable.
El otro salmón, el silvestre, el que crece en libertad, el que nada contra la corriente y come aquello para lo cual está biológicamente diseñado, es prácticamente inhallable en nuestro
 país.

NO TODO LO QUE RELUCE ES ROSADO


En la Argentina, en cambio, la trazabilidad de los alimentos (el seguimiento de su trayectoria desde el origen hasta el consumo) es una asignatura pendiente. “En nuestros mares del sur hay salmón salvaje pero está lejos de ser un producto masivo”, dice Barruti. “Cuando lo encontramos, nos tiramos encima: reservamos todo el stock que podemos”, cuenta Stefano Villa, gerente de Sucre, el restó de Belgrano donde el comensal puede saborear, si tiene suerte, auténtica carne de salmón salvaje. “No siempre está disponible, hay poca cantidad y es muy cara”, reconoce Villa. Y agrega:“Es más saludable y rica; menos grasosa; más firme, brillante y rojiza”.