miércoles, 30 de septiembre de 2015

ARGENTINA. El Arsat II ya esta en el espacio.




El satélite geoestacionario fue liberado a 250 kilómetros de altura a una velocidad cercana a los 30.000 kilómetros por hora y desde allí sera dirigido hasta su órbita final a 36.000 kilómetros de la tierra por los técnicos de la estación terrena de Benavídez, en un procesos que durará cerca de tres semanas.

El cohete Arianne 5 que transportaba al Arsat-2 había despegado a las 17.29 desde la base de Kourou, en la Guayana Francesa.
Las estaciones terrenas de la isla Ascención, Libreville (Gabón) y Malindi (Kenia), ya registraron el paso del cohete Ariane 5 que transporta al satélite geoestacionario argentino Arsat-2.

La misión VA226 de la empresa europea Ariane transporta además al satélite de bandera australiana Sky Muster, que será el primero en separarse del cohete en pocos minutos.

Arsat-2 será liberado a 250 kilómetros de altura a una velocidad cercana a los 30.000 kilómetros por hora y desde allí sera dirigido hasta su órbita final, a 36.000 kilómetros de la tierra por los técnicos de la estación terrena de Benavídez, en un proceso que durará cerca de tres semanas.

Los funcionarios argentinos presentes en el centro de lanzamiento de la Agencia Espacial Europea sacaron banderas nacionales y festejaron al grito de "Argentina, Argentina".

Durante la próxima media hora deberá cumplirse las fases de la misión: primero, desacoplar al satélite Sky Muster, de origen australiano -que comparte el cohete- y luego soltar al Arsat 2 a 250 kilómnetros de altura, desde donde emprenderá su viaje para ubicarse en su órbita final, a 36.000 kilómetros de la Tierra.

Está previsto que el satélite argentino alcance su destino final en los próximos 30 días.

lunes, 21 de septiembre de 2015

FELIZ DÍA de la...

Primavera
 
y los


Estudiantes

El salmón bajo la lupa

El salmón bajo la lupa: ¿nuevo enemigo de la alimentación saludable?
Rosado artificialmente y engordado a pura química, el ícono gourmet de los mares sería menos saludable de lo que creíamos, y su producción, cero sustentable.

Un cartel al costado de una ruta en el sur de Chile. Un salmón acostado sobre una camilla, cubierto con una toalla y un antifaz de spa: el cliché del relax. Un producto farmacéutico. Un eslogan ingenioso: “La fórmula de Bayer para peces sin estrés”. 




Quien describe esta postal de cinismo publicitario es la periodista Soledad Barruti en Malcomidos (Editorial Planeta), libro que denuncia los estragos de la producción de alimentos. Ella estuvo en Chiloé, uno de los epicentros de la salmonicultura en el país trasandino, donde comprobó los perjuicios que esta floreciente industria provoca debajo del agua y sobre la superficie; y donde descubrió que, efectivamente, los salmones reciben tranquilizantes (entre muchos otros químicos, antibióticos y sustancias ajenas a su naturaleza) para tolerar las condiciones de hacinamiento bajo las cuales crecen, apretujados de a miles en mega-jaulas donde se los engorda lo más rápido posible en base a una dieta de laboratorio, hasta el momento de faenarlos.

Claro que el dilema va más allá de la compasión que uno podría sentir frente al sufrimiento de estas criaturas submarinas nacidas para ser devoradas. El gran problema es que las piscifactorías chilenas, cuna de casi el 100% del salmón que se consigue en la Argentina, completan todos los casilleros de lo anti-sustentable.

Manejadas por empresas transnacionales —sobre todo, noruegas que, según denuncia la autora de Malcomidos, no respetan de este lado del mundo ni la mitad de las rigurosas exigencias a las que son sometidas en sus lugares de origen—, sus detractores juran que estas fábricas sin chimenea dañan el medio ambiente, afectan la biodiversidad del océano, obtienen un producto bastante menos saludable (y gustoso) que su versión natural e imponen un régimen perverso de explotación laboral que ha deshilachado el tejido social de las comunidades donde desembarcaron, a principios de los 90, con la promesa de volverlas prósperas.

Todo esto convierte al salmón de cultivo intensivo, fabricado “en serie” y a escala masiva, en el nuevo enemigo acérrimo de los cultores de la alimentación responsable.
El otro salmón, el silvestre, el que crece en libertad, el que nada contra la corriente y come aquello para lo cual está biológicamente diseñado, es prácticamente inhallable en nuestro
 país.

NO TODO LO QUE RELUCE ES ROSADO


En la Argentina, en cambio, la trazabilidad de los alimentos (el seguimiento de su trayectoria desde el origen hasta el consumo) es una asignatura pendiente. “En nuestros mares del sur hay salmón salvaje pero está lejos de ser un producto masivo”, dice Barruti. “Cuando lo encontramos, nos tiramos encima: reservamos todo el stock que podemos”, cuenta Stefano Villa, gerente de Sucre, el restó de Belgrano donde el comensal puede saborear, si tiene suerte, auténtica carne de salmón salvaje. “No siempre está disponible, hay poca cantidad y es muy cara”, reconoce Villa. Y agrega:“Es más saludable y rica; menos grasosa; más firme, brillante y rojiza”.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Feliz Día de la Profesora y el Profesor


Feliz Día del Profesor


Periodista húngara reparte patadas y golpes a refugiados

Ola migratoria.Es una camarógrafa que cubría la llegada de inmigrantes. Arremete contra ellos, incluidos menores, cuando éstos huían de la policía.




La periodista húngara Petra Laszlo de la cadena N1TV agredió con patadas y zancadillas a varios refugiados.  


La periodista húngara Petra Laszlo de la cadena N1TV agredió con patadas y zancadillas a varios refugiados, según recogen dos videos que rápidamente se viralizaron en internet, lo que llevó a las autoridades del canal -ligado a un partido de ultraderecha- a despedir a la reportera.
En el primer video se puede ver a Laszlo filmando las corridas de los 150 refugiados que huían del punto de reunión de Roszke, en el sur de Hungría y fronterizo con Serbia, hacia los terrenos agrícolas cercanos, en un intento de evitar ser registrados e identificados por las autoridades.
Sobre el final del video puede verse a Laszlo, con camisa y jeans celestes y una mascarilla sobre su rostro, haciéndole una zancadilla a un refugiado de mediana edad cargado con una bolsa, una mochila y un niño en sus brazos perseguido por la policía y que, tras el golpe de la mujer, cae al suelo.